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Tina Sainz: Una Actriz Mítica Llena de Energía y Pasión

Impresionante la energía, la fortaleza, la lucidez, la alegría, las ganas de vivir, de trabajar, de leer, de viajar, de luchar, de ayudar, de esta pequeña gran dama, actriz mítica. Tina Sainz (Madrid, 1945) está pletórica.

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Charlamos largo y tendido, ella desde un pueblecito precioso, en el campo, en el Estado de Georgia, al sureste de los Estados Unidos, en el que pasa largas temporadas.

Ha cumplido 78 años hace apenas tres meses y no para ni quiere parar, esta misma semana ha grabado una emotiva colaboración para el programa Imprescindibles de TVE, dedicado a un gran amigo y compañero de batallas, el actor Juan Diego.

En los últimos años, ha participado en series como Águila Roja, Las chicas del cable y Estoy vivo (2017), y ha rodado el largo Fe de etarras con Borja Cobeaga.

Se ha subido al escenario en la lectura dramatizada El hijo de la cómica (2021), escrita y dirigida por su admirado José Sacristán, “y con una actriz que me apasiona y admiro, Emma Suárez, maravillosa”, destaca Tina.

Ha participado en el documental Las cartas perdidas (2021) de Amparo Climent, del que Sainz, comenta: “lo rodé feliz y ha tenido críticas buenísimas”.

Toda una vida dedicada al cine, al teatro y a la televisión, entregada a una profesión que en 1960, cuando contaba con 15 años, no nació en ella desde la pura vocación y que, sin embargo, desde sus inicios en el teatro de la mano del gran director de escena José Luis Alonso, es la vida que ha amado, ejercido y defendido en alma y cuerpo.

Dando luz a personajes de autores como Lauro Olmo, Francisco Nieva, Neil Simon, Tennessee Williams, entre otros muchos.

Prueba de su compromiso y pasión es aquella importantísima y primera huelga de actores en España, en la que Tina participó muy activamente por la defensa de los derechos de los intérpretes, siendo detenida en 1975 y encarcelada en Yeserías.

Por entonces ya estaba fuertemente vinculada a los escenarios y a la televisión, en espacios como Primera fila y Estudio 1. Tras su debut en 1967 en el cine, interpretó decenas de películas, como las imperecederas Vente a Alemania, Pepe de Pedro Lazaga y Españolas en París de Roberto Bodegas, todas ellas durante la década de los 70.

Inolvidable ha sido, gracias a ella, el programa Juego de niños de TVE, que presentaba en los años 90; o su interpretación en las películas de José Luis Garci, Historia de un beso (2002) y Sangre de mayo (2008), por las que obtuvo sendas nominaciones a los Premios Goya, por destacar solo algunas de su intensa e inabarcable carrera artística.

Sorprendentes han sido sus cambios de registro, palpables en su Tere de la serie Compañeros, o en su Teresa de Mis adorables vecinos, entre otros muchos.

Ella no cabe en el absurdo epígrafe “que fue de Tina Sainz” porque está más viva, más activa y receptiva, y más informada y comprometida que la mayoría de nosotros.

Tina no se cuelga medallas por su talento innato o por su innegable y profunda cultura ganada a pulso, ni por su dilatadísima carrera de actriz, pero lo cierto es que tiene un oro, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

Es una ávida lectora, viajera y vividora del presente. Una mujer libre, que hace lo que le gusta y dice lo que le apetece.

En su presente, ¿echa de menos los escenarios, platós de televisión o set de rodajes?

No. Yo soy y he sido, ante todo, persona, y luego está mi trabajo, que era y es el de actriz. Por lo tanto, mi vida no está en el teatro ni en el cine, mi vida es la de una ciudadana, la de un ser humano que se dedica a eso, así que no lo echo de menos en absoluto, es más, hace poco me han ofrecido una obra de teatro, la he leído, no me he visto y la he dejado. Yo no vivo para un aplauso. A mí, la idea de morirme en un escenario me da una tristeza tremenda.

De hecho, usted ha comentado en más de una ocasión que no ha sido una actriz vocacional…

Sí, es cierto, y eso encaja perfectamente con lo que te acabo de decir. Yo entro en esto por casualidad, gracias a la actriz Alicia Hermida, que me propuso al director José Luis Alonso, porque estaba buscando gente joven y desconocida para una función que iba a montar. Empecé como si fuera un juego.

Poco a poco me di cuenta de que esta era una profesión tan seria como cualquier profesión seria, y que había dos vertientes: por un lado, la frivolidad, la fama, el no sé qué… y por otro, el estudio y el trabajo.

A mí lo que más me gustaba en la vida era estudiar, hubiera querido estudiar cinco carreras, no una, pero no pude porque en aquella época, en mi casa, no había posibilidades para eso ni estaban las universidades públicas que hay ahora. Entendí que esta profesión me brindaba la oportunidad de estudiar mucho y supe enseguida quienes eran mis referentes.

He hecho tantas cosas, tantos autores, he tenido que estudiar tantas épocas y psicologías… Además, me resultaba muy fácil interpretar y todo el mundo estaba de acuerdo en que lo hacía muy bien, no me suponía un gran esfuerzo, era placentero, natural. Así que pensé: si en dos años esto no va bien, lo dejo. Pero no, se fueron encadenando unas cosas con otras.

Su padre, apuntador de teatro, conocedor del mundo en el que usted estaba a punto de entrar, ¿tuvo sus reticencias frente a su decisión de ser actriz?

Mi padre no quería que yo me dedicara a esto, pero mi madre sí, porque desde jovencita amó el teatro. Mi padre siempre decía que en esta profesión ser uno más era muy triste y que no, que de ninguna manera. Cuando José Luis Alonso me hace la prueba y me acepta, no voy al primer ensayo porque él no me deja, tuvo que llamar personalmente José Luis y pedirle por favor e insistir mucho para que me dejara.

¿Qué recuerdos vivos guarda de aquellos años 60 en España, siendo muy joven y mujer, en los que se inicia en la profesión? ¿Fueron tiempos duros o buenos tiempos?

Debutó el 12 de marzo de 1960 en el teatro Lara de Madrid. Fueron tiempos estupendos, tengo buenos recuerdos. Recuerdo esa época llena de ilusiones, de risas, en la función que hacíamos éramos un grupo grande de gente joven, ¡organizábamos hasta guateques en los camerinos del teatro!

Recuerdo los viajes, mi primera gira, descubrir España, los teatros, recuerdo la camaradería entre nosotros. Eso lo tengo grabado para siempre. No empiezo a descubrir “el otro lado” hasta un poco más adelante.

¿Se refiere a la dureza e inestabilidad de su profesión?

No, hablo de la sociedad, de que había gente en la cárcel por pensar de otra manera, lo que para mí empezó a significar la dictadura. Fue a través de Pepe Sacristán como empecé a tomar conciencia, estábamos haciendo una función juntos y él me hablaba de otras cosas, de literatura.

Recuerdo que comprábamos los libros de contrabando – porque estaba prohibido prácticamente todo -, a un señor maravilloso que venía al teatro con una maleta llena de libros, de la colección Austral de Buenos Aires, y así empezamos a leer a Cesare Pavese, Jean-Paul Sartre, Albert Camus, etc.

En esa gira, Pepe y yo hablamos muchísimo, él venía de una familia humilde, trabajadora, y tenía una conciencia de clase tremenda.

Por lo tanto, ¿su despertar hacia la conciencia social y política, está íntimamente relacionado con la cultura? Y en su caso, especialmente ligado a la lectura…

Claro, la cultura ha sido siempre el gran motor de las ideas, no se puede concebir un cambio social, ni una revolución, ni un pensamiento crítico, si no está basado en la cultura.

Yo era ya, y he sido siempre, una lectora infatigable, porque en mi casa leían, pero gracias a esas lecturas fui despertando hacia otra realidad. Y empecé a pensar: esto es injusto, yo soy una privilegiada, resulta que hay gente en el exilio – como tu abuelo José Bergamín -, gente que está ahí, perseguida por sus ideas.

Su pensamiento crítico se transforma en compromiso político durante los años 70, y se visibiliza especialmente y destaca como activista en la primera huelga de Actores de la España de 1975, al ser detenida y encarcelada.

Sí, por qué empecé a militar en el Partido Comunista. Yo me tomo todo muy en serio, he ido, siempre, hasta el fondo de las cosas, en mi trabajo y en todo, a por todas.

La verdad es que la huelga de actores se cuenta raro, mal, no fue, como se recuerda, por el día de descanso, fue porque nosotros queríamos que, en los convenios que se iban a firmar, nuestros representantes no fueran los representantes sindicales oficiales que ya estaban, que también eran actores, claro, sino otros, elegidos en asamblea.

Pedimos que nos dejaran elegir en asamblea a doce compañeros, para que fueran ellos, votados entre todos, libremente, los que negociaran, porque los compañeros que estaban antes, afincados en el Sindicato Vertical, no nos merecían garantías.

¿Qué pasó? Que, si se aceptaba eso, estaban aceptando las Comisiones Obreras. En aquel momento, el 72, estaba en la cárcel toda la gente del Proceso1001 por haber exigido lo mismo en las fábricas.

En aquella asamblea, presidida, como todas, por gente del Sindicato Vertical, se les “escapa” el tema y nos lo aceptan, y se forma la famosa “comisión de los doce”, en la que estaban Rodero, Valladares, Lola Gaos… Todo tipo de gente, de izquierdas, de derechas y de centro.

A la semana siguiente se dieron cuenta de la gravedad del tema y dijeron que no, que esa comisión era imposible. Y entonces nosotros, los comunistas, defendimos que era imprescindible que esos compañeros, que habíamos elegido en asamblea, defendieran nuestros derechos. Y hasta Lola Flores lo entendió.

Se reivindicó la Comisión de los doce. Y como seguían diciendo que no y que no: fuimos a la huelga. Era una jugada contra el Régimen, magistral, si hubiéramos seguido adelante, estábamos legalizando las Comisiones Obreras.

Por lo tanto, es errónea la idea de que los actores solamente – que ya es mucho -luchaban por mejores salarios o por un día de descanso…

Eso vino después. Se desmantela el Sindicato Vertical, nosotros ganamos unas elecciones y entramos ya como representantes legales, entonces es cuando empezamos con esas reivindicaciones concretas.

¿Cómo se produce su detención y el traslado posterior a la antigua cárcel de Yeserías, en Madrid?

Evidentemente, la huelga que estábamos haciendo era ilegal, teníamos una asamblea permanente y cuando, en esas reuniones asamblearias, se decidía continuar con la huelga un día más o los que fueran, se formaban grupos, lo que la prensa oficial llamaba piquetes, para ir algunos teatros a informar a los compañeros de que la huelga seguía.

A mí me tocó un grupo que iba al teatro Bellas Artes. Cuando estábamos en el teatro hablando con la gente – porque estábamos hablando, luego la prensa oficial dijo que llevábamos cadenas o hierros, no, no, no, estamos charlando con los compañeros pacíficamente -, pues alguien avisó a la policía y aparecieron “los grises”.

Yo estaba en un camerino, hablando con un actor, escuchamos jaleo fuera, salí y al abrir la puerta del hall vi a un “gris” con los carnets en la mano y le dije: tenga, el mío, que yo vengo con ellos. Esa noche nos detuvieron, a todo el grupo. Éramos Rocío Dúrcal, Enriqueta Carballeira, José Carlos Plaza, Antonio Malonda, Yolanda Monreal, Pedro Mari Sánchez y Flora María Álvaro.

Nos llevaron a la DGT y nos tuvieron toda la noche en un despacho porque no sabían que hacer con nosotros, allí es donde ocurrió esa famosa anécdota, que es verdad: apareció Lola Flores a sacar a Rocío y se montó un Cristo.

A la mañana siguiente ya habían recibido instrucciones precisas, nos llevaron a la cárcel a José Carlos y a mí, a Malonda y a Yolanda. Entonces se organiza un movimiento solidario tremendo, porque nos ponen unas multas astronómicas, la mía fue de medio millón de pesetas, hubo pintores que dieron cuadros, dinero anónimo que dio toda la profesión.

En ese momento de huelga, usted estaba trabajando en el teatro…

Sí, estaba en el Teatro Eslava y mi empresaria era Irene Gutiérrez Caba; un día le dije: Irene, yo voy a tener que parar, por la huelga. Ella me contestó: haz lo que tengas que hacer. Estando yo en la cárcel, vino a verme mi abogado y me contó que había ido un señor al Sindicato a dar el dinero para pagar mi multa. Me sorprendió mucho, le pregunté cómo era, me lo describió y le dije: ese señor es el marido de Irene. Fíjate que calidad de gente.

¿Qué es para usted la libertad?

Para mí, la libertad no es morirte en la esquina que elijas o leer el periódico que quieras, pasa porque no te coarten tu manera de pensar, siempre y cuando no hagas la puñeta a nadie, claro; el hecho de que no puedas tener determinados amigos porque son de esto o de lo otro, o ir a determinados sitios porque no sé qué, pues no. Yo soy libre, ciudadana libre. Y no milito en nada, y se acabó.

Hablemos de libertad de elección y cine. ¿Considera que ha hecho el cine que ha podido, el que le han dejado hacer, o el que usted ha querido?

Tengo una anécdota genial que viví con mi representante de entonces, Damián Rabal. Yo no quería hacer ese cine de los 70, me espantaba hacer ese cine. Yo solo quería trabajar con Carlos Saura, con el que nunca trabajé, aunque fui feliz, por ejemplo, cuando hice Un, dos, tres… Al escondite inglés con Iván Zulueta, ese es el tipo de cine que quería hacer.

Pero, Damián me llamaba y me comentaba, Tinita, que tenemos otra película con tal o cual, y yo le decía… Ay, otra película “de consumo” qué pereza. Entonces, Damián me contestaba: Tinita, más vale hacer cine de consumo que consumirse sin hacer cine.

Y pasan los años. Y resulta que esas películas que para mí eran de “ay qué vergüenza ir al estreno en la Gran Vía”, como Vente a Alemania, Pepe o Las Ibéricas, ¡pasan a la historia!

Efectivamente, ahora son películas casi de culto, equiparables al cine neorrealista italiano y con repartos impresionantes, con Gemma Cuervo, Alfredo Landa, Pepe Sacristán, Fernán Gómez o Antonio Ferrandis, Ana Belén, entre otros… Sus compañeros de reparto.

Y no solo eso, también está – ¡el rigor con el que se trabajaba! -. Pedro Lazaga era un director como la copa de un pino que nunca fue reconocido porque hacía ese tipo de cine, sin embargo, hay películas suyas que te dejan con la boca abierta. Y otros muchos, que eran genios, porque, además, hacían esas películas sin medios y sin tiempo.

También el cine que usted sí quería hacer, llamó a su puerta, de la mano de Roberto Bodegas, por ejemplo.

ues sí, para mí, Españolas en París fue un regalo, una maravilla de experiencia y de rodaje, con mis compañeras, Ana Belén, Elena María Tejeiro, Laura Valenzuela… Y los días maravillosos que pasamos en París. Lo recordaré toda mi vida.

¿Cómo recuerda los rodajes de las dos películas de José Luis Garci, en la primera década del siglo XXI?

¡Madre mía, qué director! -. A veces, dicen que es muy lento, pues mire usted, el cine, ni es lento ni es rápido, es bueno o es malo. Garci es un director extraordinario y sobre todo es un director de actores fantástico.

El rigor, la exigencia y el respeto que tiene por el actor, es único. No decía acción para no distraerte, se sienta al lado de la cámara, dice bajito rueda, y añade, tómate tu tiempo, puedes empezar.

Y he tenido otro director que me apasiona por diversas razones, porque hace un cine con un humor corrosivo y surrealista que me encanta, que es José Luis García Sánchez, con el que hice su primera película, El lobo feroz, en 1975, y después bastantes más, la última la rodamos en 2011, Los muertos no se tocan, nene. Inteligentísimo, es un genio.

¿Qué opinión tiene sobre el estado de salud de la cultura en España, en la actualidad? O del momento en el que está España, en ese sentido…

 Pues mal, está mal. Creo que es un momento de transición, pero todo pasa y de la catástrofe siempre surge algo nuevo y mejor. Creo que estamos en una etapa difícil, donde la cultura es una cosa oficial al gusto de unos pocos, donde es fácil manipular a la sociedad a través de los móviles, de las televisiones… Pero esto pasará porque si no, vamos hacia una época de ciencia ficción, al menos para mí.

La ignorancia se ha apoderado de la sociedad contemporánea e incluso se aplaude. Hay programas estrella, de televisión, que no puedes ver porque ofenden la inteligencia. Ahí estamos.

El espectador está manipulado de tal manera que no solo no es consciente de ello, sino que se ríe de su propia ignorancia, de su propia falta de sensibilidad. No piense, no piense, cuánto menos piense mejor.

¿Qué es lo más valioso que su profesión le ha dado? Aquello que tiene guardado o atesora, tras tantos años de experiencia.

De las cosas más valiosas que guardo, que recuerdo, a lo largo de mi vida, y que sigue sucediendo, gracias a Dios, es la admiración del público, de la gente de a pie, esa cercanía de la gente que te aborda en el metro o donde sea… Eso me parece un milagro, que tanta gente me conozca y que se valore mi trabajo.

Y el cariño de la gente, el afecto. Ese reconocimiento es algo que siempre me ha sorprendido y me ha gratificado, pienso: resulta que mi trabajo sirve para algo.

Ahora o desde siempre, ¿cuáles son las cosas importantes para usted? Aquellas que le hacen feliz.

Las cosas pequeñas de la vida… Esta conversación que estamos teniendo ahora, estos tres pájaros maravillosos que tengo delante, se llaman Cardenal, son rojos y son muy huraños, yo les pongo comida, aquí, en el césped, pero casi siempre, cuando salgo se van. Ahora no, ahora están aquí conmigo.

Y mirar. Yo miro mucho, en Madrid, miro hacia arriba, miro el cielo… Creo que ahora, todo el mundo camina mirando el suelo. Y leer, sigo siendo una gran lectora.

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